Muchos lo consideran el hombre más poderoso del mundo, pero el presidente de los Estados Unidos tiene en ocasiones las manos atadas.
El sistema político del país se basa en tres pilares -el poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial- tan diferenciados que restan algo de trascendencia a las elecciones del 6 de noviembre. Y es que como bien sabe Barack Obama, ser el presidente no da todo el poder.
Los desacuerdos entre los partidos pueden paralizar la aprobación de leyes y del propio gobierno. En Estados Unidos, el Congreso -formado por el Senado y la Cámara de Representantes- es una entidad separada de la presidencia. Los votantes eligen al presidente al igual que a sus representantes y senadores.
Eso supone que el Congreso y la Casa Blanca puedan ser controlados por diferentes partidos con agendas muy distintas, lo que produce el atasco. Y como las leyes deben ser aprobadas por ambas cámaras del Congreso y por el presidente, si uno de los tres entes la paraliza, es improbable que salgan adelante.
Históricamente, ambos partidos -demócratas y republicanos- han negociado para sortear los desacuerdos, pero en los dos últimos años, el partido republicano ha sido intransigente con el presidente Obama y con su agenda.
Los republicanos controlan en la actualidad la Cámara de Representantes por 242 a 193, mientras que los demócratas tienen una mayoría de apenas un asiento en el Senado. En las elecciones del 6 de noviembre habrá en juego 435 puestos de la Cámara de Representantes y 33 del Senado.
Peter Nicholas hizo una dura predicción en el diario "The Wall Street Journal": "Una realidad ineludible de la carrera presidencial de 2012 es que no importa quién gane en noviembre, el atasco no se solucionará".
Nicholas señala que aunque los republicanos recuperen el Senado, quedarán lejos de los 60 puestos que necesita para superar el obstruccionismo que podrían practicar indefinidamente los demócratas en caso de que Mitt Romney sea presidente, lo mismo que hacen ahora los republicanos con Obama.
Los demócratas necesitan, por su parte, ganar 25 puestos para recuperar el control de la Cámara, lo que muchos ven improbable.
Los republicanos de la Cámara decidieron dar por terminado el mandato presidencial ya el 21 de septiembre, impidiendo así la aprobación de cualquier ley que pudiera haber sido útil para la reelección de Obama.
En 2008, cuando ganó Obama, los demócratas controlaban la Cámara y el Senado, lo que el nuevo presidente aprovechó para aprobar sus propuestas.
En las elecciones de mitad de mandato, en noviembre de 2010, vistas como una reacción a la reforma del sistema sanitario que pretendía Obama, los demócratas perdieron 63 asientos en la Cámara -la mayor derrota de un partido a mitad de mandato desde 1938-, lo que dio el control de la Cámara a los republicanos.
El punto más bajo de los siguientes dos años de atasco en Washington fue el callejón sin salida al que se llegó por el techo de deuda, que provocó que Estados Unidos perdiera la máxima calificación crediticia AAA y que se tema el llamado "abismo fiscal", una serie de drásticos recortes y aumentos de impuestos que se aplicarán automáticamente si no se llega a un acuerdo por el presupuesto a final de año.
Si Obama gana en noviembre y los respublicanos continúan dominando la Cámara, la mayor parte de las victorias legislativas del primer mandato estarían a buen recaudo.
Pero existe la preocupación de que la acritud entre los partidos conduzca al país al "abismo fiscal", destroce la frágil recuperación económica y cree una nueva recesión, un escenario que afectaría a todo el mundo.
Con semejantes asuntos en juego, no extraña que en Washington se vean pegatinas que no piden el voto ni para Obama ni para Romney. Sólo reclaman "sensatez".
Vía dpa