A casi un año de haberse convertido en madre después de los 50, Astrid Carolina Herrera sigue celebrando cada día esa excepcional oportunidad. La actriz y Miss Mundo 1984 comparte sus nuevos proyectos teatrales y los preceptos que aplica para criar a su hija Miranda.
Miranda Carolina se levantó a las 3:00 de la mañana. No volvió a dormirse hasta las 5:00. «Hijita, cuando una tiene que hacerse fotos al día siguiente, no puede despertarse a esas horas. Si no, nos salen los ojos hinchados, ¿entiendes?». La infractora, de diez meses de edad, sonríe candorosamente. Hace ojitos. Desarma. «Si la vas a regañar por algo, mira para otro lado. Se hace la loca. Después te sonríe y se te olvida».
Desde que nació su hija, Astrid Carolina Herrera no ha vuelto a ver una película completa. Los baños que superaban los 20 minutos pasaron a ser un lujo. «La gente te lo adelanta, pero nunca te imaginas que de verdad se requiere una atención tan intensiva, de segundo a segundo. Es un rol muy comprometido y, a la vez, muy mágico. Te ven con esa carita y te dicen mamá y nada te pesa», afirma.
Aún está adaptándose a dividir su agenda entre esa faceta y la vida sobre las tablas. Hoy debía decidir si pasar su primer Día de las Madres viajando en carretera con su hija, para presentar una función, o si era más seguro dejar a la niña con sus abuelos y celebrarlo después. En la pieza teatral Venezolanos desesperados —de gira en varias ciudades del país— Herrera está interpretando a una actriz que se muda a Miami. El suyo es uno de cinco personajes que cuentan las vicisitudes de vivir afuera. «No criticamos al que se va y aplaudimos al que se queda. No se puede juzgar a ninguno de los dos, simplemente hablamos de la fibra tan particular que mueve esa decisión; la conclusión la saca el público».
Instinto y devoción. Asegura que ser mamá ha cambiado su vida. «Si oigo que un bebé llora, se me descuadra todo. De verdad es como decía Andrés Eloy Blanco, yo veo a mi hija en cualquier niño… Cuando ves por primera vez a tu bebé te sientes especial, bendecida; sientes que Dios te ha confiado algo muy importante». Resume que su filosofía como mamá es el amor. «Así llegue a mi casa destruida de cansancio, le doy el tetero a Miranda con amor. Quiero que se sienta siempre querida, deseada, que no sienta otra cosa que haber sido esperada por muchos años y con mucha ilusión. También me gusta explicarle todo: te estoy cambiando, vamos a bañarnos, vamos a dormir, ayúdame a ponerte esto. Es chiquita pero la trato con respeto», señala.
Algo todavía le desconcierta cuando se habla de su maternidad. «Hay gente que se toma la atribución de suponer qué clase de madre es uno, pero en realidad nadie sabe cómo son las cosas en la intimidad de cada familia. Hay personas que creen que yo tengo un séquito de empleados que se encargan de Miranda y que nada más la cargo para las fotos, cuando yo misma limpio mi casa y atiendo a mi hija porque no tengo a nadie fijo que me ayude. Si se la doy a mi mamá para que la cuide, le dejo los teteros hechos. Lo que no plancho ni para mí, lo plancho para ella», explica. «No es mejor mamá la que hace para el cumpleaños de su hijo una torta de diez pisos que la que prepara unos ponquecitos, ni la que da o no da pecho, ni la que parió naturalmente o por cesárea, ni la que se queda en la casa todo el día o la que sale a trabajar. No hay puntos de comparación porque cada circunstancia es distinta. Cada una es la mejor madre que puede, la que le tocó ser. Para mi hija, yo intento ser la mejor».
Vía EN/www.diariorepublica.com