La esposa de Júnior Enrique Semprún Azuaje, nombre del segundo cadáver encontrado en menos de 24 horas en Fetrazulia, entró al edificio desconsolada, arrastrando los pies. Eran las 11:00 de la mañana y la tristeza le invadía la cara. A ella y al grupo de personas que la veía. “La pobre se quedó sola con nueve muchachos. Necesita que la ayuden, que la saquen de aquí”, dijo Martha Sánchez, una de las habitantes.
Esa es la súplica de las 63 familias que comenzaron a llegar hace 11 años a la edificación: vivir de manera digna. Porque vivir en Fetrazulia es una calamidad, una asonada de malas noticias y desesperación.
Las viviendas son una improvisación. Paredes de madera, cartón y latas de zinc predominan. Pocos son los afortunados que pudieron construir con bloques. “Esos son los que tienen un trabajito que medio les da para vivir como la gente”, dijo Sánchez.
Independiente del material con que levantaron sus viviendas, los principales adornos son frases elocuentes: “Lerwin Yeferson es el papi de esta verga”, “Maricelis es una puta”, “Claudia mi vida dame un beso”, “Chávez somos todos”…
Como no tienen cloacas, las 63 familias hacen sus necesidades en baldes y las lanzan al vacío. Las heces caen en el mismo lugar donde hallaron los cadáveres el fin de semana, cuyos cuerpos se mezclaron con la deposición de sus antiguos vecinos, el agua empozada y la basura.
La putrefacción golpea y las escaleras se suben con la mano sobre la nariz, tratando de esquivar el mal olor y las moscas.
Los 180 niños, en cambio, orinan y defecan donde les dan ganas. Entre los pisos hay espacios deshabitados repletos de desechos.
En estas condiciones los niños no juegan, sino que deambulan por el lugar.
El gas les llega a través de conductos que cuelgan de los techos. “Uno tiene que ingeniársela como puede”.
“Cuando llegamos había gente mala, pero la fuimos sacando poco a poco. No teníamos dónde vivir y no hallamos otra cosa”, recordó Sánchez.
Quienes habitan en los últimos pisos se pasan los días mirando al horizonte. Tal vez sea la única distracción: mirar cómo es el mundo fuera del caos.
Otros se dedican a vender chucherías, refrescos y maltas para poder subsistir con algo.
Los dos últimos hallazgos también han estremecido a los residentes. “Vivimos con miedo. No son los primeros cuerpos que encuentran. Aquí viene mucha gente a drogarse y a tirar muertos”, señaló otra de las habitantes, que prefirió resguardar su nombre.
De noche, por supuesto, el miedo es mayúsculo. Sin embargo, se encierran con lo que han podido construir para sentirse más seguros.
Los vecinos informaron que en los 11 años de invasión solo han muerto cinco personas en la misma situación de Júnior Enrique y el travesti. “Los que encuentran nunca son de por aquí”.
Llamada de auxilio
Las familiares del edificio harán mañana una asamblea para decidir cuáles serán los próximos llamados de auxilio. Adelantaron que tienen previsto protestar en Los Haticos para ser tomados en cuenta.
Les prometieron que estaban construyendo unas casas en la vía al aeropuerto, pero aún nada se ha confirmado.
“Ya no aguantamos más. Vivir aquí es como no vivir”.
Valentín Finol-Añez DiarioRepublica.com
Fotos: Eduardo Galban