La perseverancia nos la enseñan como una virtud esencial para la elevación espiritual, es decir para acercarnos a la perfección Divina, a Dios, meta siempre lejana para los mortales. A mantenernos firmes en los propósitos, la ruta trazada, sobreponiéndonos a las dificultades y a las tentaciones del inmediatismo, los personalismos y las ambiciones.
Realmente la más grande motivación para el diálogo, los acuerdos y la convivencia en el respeto, es la situación de nuestro pueblo consciente y sufriente. Tenemos plena consciencia de que no es el poder en sí mismo, ni su disfrute, ni sus prebendas lo que mueve un verdadero revolucionario.
El poder es para servir y para ayudar a transformar la vida hacia el disfrute colectivo. El objetivo de Bolívar y de la Revolución es el que debemos llevar en la mente y en el corazón: “dar la mayor suma de felicidad, la mayor suma de estabilidad posible”.
Para gobernar se hace indispensable el respeto a reglas mínimas de convivencia. Esto lo sabemos y debe entenderlo también la oposición que ha sido o que piensa servir como gobierno. Para el mismo funcionamiento de la sociedad, las reglas y las normas comunes son indispensables.
El diálogo permitirá que retomemos ese respeto y convivamos en las diferencias. Que nos acordemos en lo posible para recuperar la paz. Al diálogo se va con el corazón dispuesto para todas las cosas, con “todos los temas sobre la mesa” ha repetido el Presidente Nicolás Maduro. “El corazón abierto para lo más sorprendente” diría el poeta checo Rilke. Por eso nos alegramos por Oslo, agradecidos con los esfuerzos de países hermanos que no tienen otro interés que la paz.
Muchos ciudadanos de bien perseveramos en la fe, el diálogo y la esperanza, ciertos de que podemos superar las penurias del presente, convivir y trabajar con respeto a las diferencias, sacar de la mesa los factores externos con sus intereses de control y dominio. Perseverar en el diálogo, para llegar a un acuerdo entre los venezolanos, para convivir en paz.
FRANCISCO J. ARIAS CÁRDENAS