Cristina Saralegui, la diva de los talk show latinos, ha sufrido. Y mucho. Así lo deja claro en su más reciente autobiografía “¡Pa’ rriba y pa’ lante”, donde relata su infierno personal durante su ausencia en el mundo del espectáculo.
Ella confiesa su lucha familiar y personal en el libro. Atrás quedó su vida de lujo, distinción, popularidad y glamour. En una década se le desinfló la imagen de éxito.
Si bien ha sido amiga de las estrellas más famosas del espectáculo latinoamericano y se le distinguía hablando la felicidad de sus tres hijos y de su esposo Marcos, resulta que, puertas adentro, crecía un monstruo: el alcoholismo de ella y la bipolaridad de su hijo menor, Jon.
Esa Cristina emprendedora, activa, empresaria, ganadora de los mejores reconocimientos internacionales, carismática, se había quedado en la pantalla. En la intimidad era una mujer vulnerable que prefería callar sus tragedias y seguir sonriendo.
“He dejado de tomar alcohol, whisky, tequila y vodka. Me puedo tomar ahora un vinito por aquí y por allá. Pero solo eso. Entonces pasaba un momento difícil en mi vida. Me deprimí terriblemente. Me acababan de echar de un trabajo de 21 años (de Univisión, por bajo raiting de su show homónimo). Paralelo a ello, mi hijo Jon Marcos, que entonces tenía 19 añitos, lo diagnosticaron bipolar… Había intentado suicidarse en un estacionamiento. Se iba a lanzar. Pero fue tan fuerte, que él solito se fue al hospital y se internó en la parte de psiquiatría”, contó al periodista Ismael Cala, como un abreboca de su letra.
“Jon Marcos tomaba muchos medicamentos. Tuve que llevarlo a tantos hospitales. Me tocaba que, después de bailar y reírme por (los últimos) 10 años en el Show de Cristina, yo iba al cuarto de mi hijo, quien no estaba ahí, me acostaba en su cama, cogía su pull over a olerlo, y me ponía a llorar todas las noches. Hasta que mi marido me llegaba: ‘Vamos para la cama. Vamos al cuarto. Verás que él se va a poner bien. Aunque por el trabajo no disfruté mucho a mis hijos, por tantos viajes y ocupaciones, no me siento culpable por su enfermedad. Porque es hereditaria. Y tengo familia que la padece”, confesó la animadora, a quien tratamos de contactar, pero su asistente Laura Mejía Cruz se excusó. “El ciclo de entrevistas para hablar de ese tema tan difícil se cerró”.
No ha sido fácil para la presentadora hablar una y otra vez de lo mismo. Sin embargo, su hijo ahora toma pocos medicamentos, ya salió de la crisis, está de vuelta a su casa, tiene firmes intenciones de pasar la página de ese episodio crítico, quiere estudiar en la universidad, trabajar y hacer su vida normal, porque la bipolaridad, enfermedad mental que la han sufrido artistas como Britney Spears y Catherine Zeta Jones, es tratable.
“Mi papá es bipolar. Es una enfermedad costosa. Un solo estudio nos costó 50 mil dólares. Pero tiene cura. Los latinos somos cerrados a las enfermedades mentales. Cuando escuché que Britney era bipolar, yo pensé: ‘A ella su mamá lo que tenía era que bajarle más la falda’. Y resulta que después me tocó a mí vivirlo con mi hijo. Entendí lo que sufría ella. No entendía, como mujer latina, qué era una enfermedad mental. La mayoría de la gente que se deprime, no sabe tomar un antidepresivo, ni ir al médico, porque no quiere que les digan locos. La bipolaridad no tiene nada que ver con estar loco. Es un desbalance en tu cabeza que te puede hacer matarte. Mi hijo se tomaba como 15 medicinas. Lo mandé a un hospital especial. Ahí estuvo dos años”.
Dos años sin su “bebé” permaneció la estrella. Esa distancia de su gran afecto la catalogó como “estar muerta”.
“Por eso es que me dio por tomar whisky. No me ayudó, porque en vez de quitarme el dolor, me ponía brava de pensar ¿Por qué yo? ¿Por qué mi hijo que es tan bueno?”.
Sin duda alguna, el público ha amado a Cristina Saralegui por años, pero la sorpresa de haber callado por tanto tiempo su calvario la golpeó.
Es que se le sentía cercana, y el televidente creía ser parte de ella y de su vida románticamente.
Su público que la había acompañado por más de 20 años de sintonía pensaba saber todo lo de la artista. Pero no. Para ella era su trabajo diario, donde debía mantener el carisma y callar sus pesares.
“No es la responsabilidad de una persona que está en la televisión pasarle sus problemas a quienes lo están viendo. Ellos quieren que los enseñes. Y yo entendí esa responsabilidad y la acepto. Con todos mis problemas, yo no falté ni un solo día a mi trabajo. El día que mi hijo Jon se intentó suicidar… esa noche, la cubana llevó a bailar a los americanos salsa. Porque era lo que yo tenía que hacer. Al otro día fui al hospital”.
Su extrema responsabilidad al trabajo en medio de una crisis tan severa pone a pensar a sus fanáticos. ¿Hacía lo correcto? Así opinan:
“Cuando su hijo se intentó suicidar, yo creo que debió dejar todo el compromiso que tenía esa noche e irse de inmediato al hospital. No al otro día. De qué valió tanta responsabilidad en el trabajo si de igual forma la despidieron y ahora está desempleada”, comentó la fanática que siguió su show por 12 años, Lennys Vicuña.
“Cristina ha sido una madre amorosa. Eso ha dicho siempre. También ha comentado que ha disfrutado más a sus nietos que a sus hijos, porque viajaba mucho por el trabajo. Yo creo que, en medio de la crisis, ha estado con su hijo y lo apoyó. Sino, el muchacho no hubiera salido de eso. Ella superó sus problemas de alcoholismo y, con buen ánimo, afortunadamente, todo le ha salido bien. Es un modelo a seguir”, le refuta la fanática Marta Albornoz.
¿Si Cristina no hubiera estado desocupada, sin trabajo, se habría animado a contar su verdad? ¿O se la hubiera seguido callando por más tiempo? ¿Acaso escribió el libro porque ella, inquieta, tenía afán de seguir haciendo algo?
¿De sentirse útil laboralmente? ¿O porque quería decirle al mundo que no era perfecta y darle una enseñanza de superación?
Nadie duda de su éxito. Mucho más ahora que fue probado con fuego. En el mundo artístico no faltaron los espaldarazos de solidaridad hacia la estrella. Y por supuesto, la lección de vida también le dejó un aprendizaje. Así lo confesó:
“Me sentí del tamaño de una hormiga (cuando fue despedida en su trabajo y comenzó la ola de situaciones difíciles en su vida familiar). A lo mejor es que Dios me lo mandó para que aprendiera yo a no ser tan arrogante”.
Ahora se le distingue feliz, radiante; anunciando en las entrevistas que le gustaría volver a trabajar. Una manera sutil de asomar que quiere un contrato. Declara que su libro, promete enseñar al lector a salir de las dificultades, aunque ella aún siga sin trabajo.
Vía Panorama / www.diariorepublica.com