Por: Billy A. Gasca Z.
Venezuela pasa por la crisis económica más difícil de su historia contemporánea y no es porque sea la más profunda sino que su dificultad radica en la propia cultura de gasto de quienes habitamos esta tierra. El curso de la historia demostró que construimos un Estado monstruoso que aún en nuestros días es difícil desmontar.
Estuvimos acostumbrados a vivir de la renta petrolera, no desde el nacimiento de la quinta República, ello ha sido así desde los tiempos de punto de quiebre por el pacto que las compañías transnacionales, las más poderosas, principalmente, la Royal Dutch Shell, Standard Oil of New Jersey, Anglo Persian Oil Company y la Gulf Oil Company entre otras, firmaron el pacto que en el mundo fue conocido como “Acuerdo de Achnacarry”, que marca un antes y un después, relacionado directamente con la Compañía Nacional Minera “Petrolia del Táchira”, por lo cual, buena parte de la crisis económica, política y social venezolana tiene su origen en el agotamiento del capitalismo de estado y del rentismo petrolero.
Como ha incidido el manejo de la renta petrolera en nuestra economía, pues la respuesta es que el petróleo siendo la energía del siglo XX, transformó las ideas sobre economía e innovación tecnológica y su utilización forjó condiciones de vida distintas a las que se desarrollaban mucho antes de la era petrolera. Hoy en día, la importancia del petróleo para cualquier país y economía viene dada por la capacidad de determinar las formas de interacción entre las naciones del mundo. El panorama del sistema energético mundial, desde hace más de dos décadas ha irrumpido en una excelsa complejidad, es evidente la etapa de transición por agotamiento de las reservas de petróleo convencional: liviano, mediano y pesado en tierra firme y a menos de 500 metros de profundidad, comenzando en el año 1981, en el que la Tasa de Reemplazo, es decir, la diferencia entre consumo y descubrimientos, resultó negativa. En conclusión, la humanidad consumió más petróleo del que se descubrió.
El mundo se encuentra en una carrera por el desarrollo industrial, energético, armamentístico, nuclear y tecnológico en el marco de una espiral que cada día se acelera producto del efecto que induce la globalización económica y Venezuela no escapa a esa realidad, salirnos de ella implica alejarnos de posibilidades reales de desplegar nuestro potencial a la máxima expresión sin complejos, tabúes y rebajamientos. El fin de la renta petrolera llegó y no existen indicios que enseñen un cambio en la oferta energética mundial que insinúe el alza en el precio del crudo. Nos toca decidir ante esta difícil coyuntura si nos abrimos a la onda expansionista del desarrollo mundial o nos encerramos a reinventarnos como sociedad bajo un esquema de producción sostenible para atender las necesidades de la población. El reto que tenemos por delante es sustituir esta mentalidad rentista por una productiva, donde estimulemos una fuerte ética del trabajo que sea el pilar fundamental para superar el atraso y la pobreza.