“Dios nos regalará la beatificación de José Gregorio Hernández”. Ese es el anhelo del pueblo venezolano. Y de quien lo venera en el Caribe, en Ecuador, en Colombia, en España, en Perú y hasta en Tailandia, de donde vino, este 2014, el primer testimonio para la causa que busca la beatificación del hijo dilecto de Isnotú.
Hombres y mujeres de fe, de todas las edades, lo llaman santo desde el mismo día que murió y de eso hace ya 95 años.
La mayoría de la gente piensa en él como “un santo milagrero”, pero José Gregorio “tiene cualidades humanas y profesionales exquisitas”. A decir de Alfredo Gómez Bolívar, asesor del Movimiento de Acción Católica, el isnotuense “reunió virtudes en todo su quehacer. Fue un médico, profesor universitario, investigador científico, músico, hablaba cinco idiomas, es decir, fue uno de los venezolanos más preparados de su tiempo”.
“No solo trataba el cuerpo, también el alma. Se acercaba a los enfermos con cariño, viendo por su parte espiritual, indagando cómo estaba su ánimo, qué tipo de problemas cuyo origen no era estrictamente físico podían estar influyendo en el estado de salud de sus pacientes. Hay un famoso caso con un niño, un catirito que vivía en una zona sumamente pobre, cuyo problema era de soledad y tristeza, de falta de afecto. Él lo visitaba, lo trataba con amor y le llevaba dulces y jugueticos y con eso lo curó. Es decir, fue también pionero, innovador en los tratamientos sicosomáticos, integrales”, agrega.
Su fama trascendió fronteras. Antonio Cacua Prada, exembajador colombiano, escribió el libro José Gregorio, un santo ejemplar.
Cuenta Gómez Bolívar que estando Cacua, una vez, en Costa Rica, fue con unos colegas a pasar unos días en la playa. “Llegó un momento en que la marea comenzó a subir muy rápido y una resaca los arrastraba hacia adentro. Él trataba de nadar pero no conseguía avanzar y pensó que moriría ahogado. Ya, casi bajo el agua, se acordó de la devoción que los costarricenses tienen por José Gregorio, de quien ni el nombre se acordaba, y gritó: ‘¡Santo venezolano, sálvame!’.
Cacua afirmaba que, de pronto, sintió una fuerza que lo empujaba y lo iba llevando hasta que lo colocó en la orilla.
Esa experiencia lo llevó a escribir la referida obra en honor al llamado, cariñosamente, ‘Médico de los Pobres”.
Gómez Bolívar, en entrevista con la periodista Macky Arenas, describe la estatura científica del trujillano: “El presidente Rojas Paúl (1826-1905) decretó crear un hospital modelo (…) el actual Hospital Vargas. Pero había que preparar gente y Hernández fue uno de los escogidos. Fue becado a estudiar a Francia. Se especializó en histología, patología, embriología, bacteriología. Cuando regresa a Caracas, creó un laboratorio en la UCV (…) así, José Gregorio Hernández se convierte en el padre de la Medicina Experimental en el país”.
Hoy, a 150 años de su nacimiento, recordaremos el origen humilde de este sabio trujillano. ¡Al pulpero don Benigno Hernández le nació el muchacho, le nació el varón, el sucesor! Así corrió la noticia del alumbramiento de Josefa Cisneros el 26 de octubre de 1864 por todo Isnotú.
A Josefa, los dolores de parto le comenzaron la noche del 23. Si era niño, le tenían nombre: Rafael, en acción de gracias del día siguiente; pero el nacimiento del bebé demoró. La mujer parió el 26 de octubre.
Don Benigno pensaba, al igual que los isnotuenses, que su hijo sería comerciante como él. “Pero se perdió la tradición. Se llama José Gregorio, por jerarquía y respeto genealógico. El abuelo paterno era José Gregorio Hernández de Yanguaz y Mendoza, un hacendado de implacable disciplina, católico a ultranza, y enemigo de las doctrinas liberales”, cuenta el escritor Ramón Castellanos en su libro El milagroso médico de los pobres en Isnotú.
Su madre y su tía, María Luisa, le enseñaron la obediencia, las primeras letras y los rezos. Fue el protector de sus 5 hermanos y visitaba siempre la vetusta capilla de Nuestra Señora del Rosario.
La mamá falleció cuando él tenía 8 años. “Mi madre que me amaba, desde la cuna, me enseñó la virtud, me crió en la ciencia de Dios y me puso por guía la santa caridad”, decía de adulto.
José Gregorio deseaba ser abogado. Don Benigno le pidió que se hiciera médico y le recordó que su madre lo quiso también. Cambió de parecer y prometió ser médico. Pronto cumpliría 13 años. En febrero de 1878 viajó a la capital y entró al Colegio Villegas.
Entre sus pertenencias, se llevó a Caracas un cuadro con la imagen de la Virgen del Rosario.
—¿Así que vienes de los Andes… y piensas estudiar mucho?, le preguntó el director en su primer encuentro con Hernández, según el biógrafo Miguel Yáber.
—“Sí, mi primera obligación es ser un buen estudiante, pero, sobre todo, seré un buen cristiano”.
En 1882 ingresó a la UCV. A su Isnotú volvió durante unas vacaciones al año siguiente. Catorce días pasó en la casa paterna. Ya don Benigno se había casado con María Escalona y del matrimonio nacieron seis hijos. A José Gregorio, de 11 hermanos solo dos le dieron sobrinos.
Cursando tercer año de medicina, padeció de fiebre tifoidea. La gravedad llevó a sus amigos a llamar a monseñor Juan Bautista Castro para que le administrara la unción de los enfermos.
José Emiliano Rojo, conocedor de la obra de Hernández, narró que José Gregorio partió hacia su pueblo el 18 de agosto de 1888. Siete días más tarde estuvo en Maracaibo. Desde la embarcación Brillante le llamaron la atención Isla de Toas y Santa Rosa. De esta ciudad fue a La Ceiba… Ya en Trujillo, Valera, Betijoque, Boconó, Isnotú y hasta Niquitao lo vieron como médico.
“Su imagen preside la mayoría de las camas hospitalarias, cuyos ocupantes de cualquier condición social aspiran, por la vía de la fe, a la curación o mejoría. Siendo Venerable, nos atrevemos a señalar que la microbiología venezolana debe ser la única en el mundo privilegiada con un interlocutor directo en las esferas celestiales”, opinaba, en 2002, la especialista Gioconda San-Blas.
La UCV lo tuvo como profesor entre 1891 y 1916. El magisterio para él “era un sacerdocio de abnegación”, apunta en sus escritos Pedro De Santiago, autor de “Biografías trujillanas”.
Cobraba por consultas Bs. 5. Su fama de buen médico lo llevó a atender a cuatro presidentes. Su anhelo de servir lo llevó a Europa. El 29 de agosto de 1908 nació fray Marcelo, nombre que adoptó al ingresar a la Cartuja de Farneta (Italia).
Las condiciones climáticas afectaron su salud y contra su voluntad abandonó la Cartuja. De vuelta a Caracas entró al Seminario Metropolitano, pero meses después volvió a un seminario en Italia, donde sufrió una afección pulmonar.
Retornó a Venezuela y se interesó en la Orden Tercera de San Francisco.
El 29 de junio de 1919 celebró con su hermana Isolina el 31 aniversario de su acto de grado. La muerte lo sorprendió ese mismo día. Tenía 54 años.
Para los venezolanos de su época, José Gregorio llevó una aureola como hombre y como santo. Se identificó con su pueblo, es un ángel protector de Venezuela.
Vía Panorama
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