Norberto José Olivar ha vuelto a publicar. El destacado escritor e historiador zuliano trae ahora «El Polvo de los Muertos» otra historia soportada por la editorial Alfaguara y expuesta por primera vez durante los días de la Feria Internacional del Libro de Venezuela que recién culminó en los espacios del Centro de Artes de Maracaibo Lía Bermúdez.
Olivar, el creador del famosísimo «Vampiro en Maracaibo, retoma el escenario de la muerte, pero ahora los difuntos son una clave para descifrar en la cautivante trama.
Así presenta Norberto su más reciente producción:
Tentativa de inciertas palabras para presentarlesEl polvo de los muertos, por Norberto José Olivar
(Alfaguara, 2013)
Todo libro es una venganza: contra alguien, contra algo. Incluso contra nada, pero siempre una venganza. Y esta novela, en especial, no solo es una venganza contra nada y contra todo, y todos, sino además, contra la venganza misma.
¿No se entiende?
No esperen a que yo lo tenga muy claro, tampoco. De lo contrario, no existiría este libro.
Digamos, entonces, que esta novela mira a la venganza no como aquello que mata y envenena, ni mucho menos el extremo: La venganza como plato dulce y satisfactorio. No.
Puede, más bien, que esta novela medite aunque sea un poco, en la venganza como un derecho legítimo que se nos niega sea como sea, donde sea. La venganza como la única justicia posible. Algo sagrado.
No obstante, la justicia es filtrada y administrada a través de la ley. Y la ley, como bien sabemos, es el privilegio de unos pocos que deciden sobre la vida de la mayoría. De modo que la “justicia” se vuelve opresión y apelamos, desde luego,a esa última instancia: a la ecuanimidad divina. No ya el privilegio de unos pocos, sino de uno solo: «No os venguéis vosotros mismos, dejadlo a la ira de Dios. Mía es la venganza, yo pagaré», dice Jehová.(¡Rayos!)
Contra estas imposibilidades es que se enfrenta, si hay que dejar aquí alguna pista, nuestro protagonista Alex Marion Projarov.
Pero el problema de la venganza nos lleva a la angustia de la desaparición. Al menos a Projarov, pues entiende que el oficio principal de los vivos es la restitución de la vida a sus difuntos. Y esto solo lo hace posible el lenguaje. El lenguaje es la luz de nuestra cotidianidad, piensa. Y Projarov, escuchen bien, se enfrenta a esta disyuntiva: Desaparece (que es el precio de su venganza) o nos echa el cuento (para que sus amigos vivan).
Como siempre, el escenario de estas paradojas es Maracaibo, pero bien cabe dónde guste más a quien lea. Si miramos con profundidad y paciencia los hechos, la historia, podemos detectar problemas que nos conectan con realidades que trascienden lo meramente local. Nos libraríamos de los empalagosos clichés regionalistas y entenderíamos una dimensión distinta de lo que somos o no somos. Y puede que nos entristezca esa imagen vacía y estúpida que proyectamos de nosotros mismos, sin conciencia y con inocente alegría muchas veces.
Pero atención: esta es una novela de espías. Espías que han menguado en su capacidad de observación, que han diluido su identidad en medio de la confusión y el caos. Espías que lidian con magos, matones y faquires.
Esta es una novela de acción. Esta novela es un western. Esta es una novela de espantos, fantasmas y demonios. Esta, quizás, sea una novela de inacción, también, donde caen cabezas, destripan gente y aparece silbando, por ejemplo, alguien que nos evoca a Buck Mulligan.
Pero seamos un tanto justos y digamos que esta novela tiene varios «niveles» y otros tantos «desniveles», así como algunas «tangentes»muy enjabonadas. No se trata, esto, de técnicas deslumbrantes ni de profundidades filosóficas, sino de la vida misma (lo que intenta toda novela), de que nos vamos muriendo, consumiendo, unos con más prisas, para que al final veamos lo que ya sabemos que sabemos: que la vida se divide entre deudos y difuntos. Y aun así es un alegre funeral. Esto de alegre funeral es un plagio, pero Willy McKey me asegura que si no sobrepasa el 19 por ciento del texto original, bien puede transcribirse sin pacatería ni sobresaltos, ni bajo el acecho de malvados leguleyos.
Igual hay cosas más feas que los monstruos o los espantos que viven en estas páginas, como aquello de la omnipresencia y la omnipotencia del Estado, que no es que vive, sino que se devora a esta historia; un bicho que se pasea por encima de todo y de todos y que, como la niebla asesina que va matando primogénitos en Los diez mandamientos, este deja a su paso un listín de «evaporaciones» que sobrepasa, con creces, nuestros miedos más infantiles.
Como ven, esta novela es de tantas cosas que acaban en una sola: El miedo. Sí. Es una novela sobre el miedo. Es la historia del miedo. Es la dramatización del miedo. Un miedo que nos tiene paralizados.
Pero el que lee nunca está solo.
Ese es el tema. Otro.
Los libros y la soledad.
Los libros y nuestros miedos.
Los libros y la venganza.
Los libros no nos hacen «buena gente», pero sí nos quitan el miedo.
Eso es lo buscamos en los libros: nuestra biografía. Y si se puede, un final feliz.
Espero, pues, que esta novela se perezca a ustedes.
Espero que esta novela nos ayude con tantos miedos que nos fastidian.
Muchas gracias.
Sobre El polvo de los muertos
Presentación de Luis Yslas
Varios motivos hacen que esta presentación sea especial para mí. El primero es que Norberto es un autor lugar comunista, es decir, parte de una familia editorial que lo aprecia y valora como escritor.
En segundo lugar, me alegra poder presentar su última novela pues considero que Norberto es uno de los narradores venezolanos más disciplinados y singulares de la literatura venezolana. Un autor que se ha hecho de un estilo único dentro de nuestras letras, que podríamos calificar de dark maracucho, o de gótico tropical, asumido además desde una conciencia muy profesional del quehacer literario.
El tercer motivo tiene que ver ya con la novela. Me gustan los libros que son varios libros a la vez. En el caso de las novelas, aquellas que ofrecen diversas lecturas simultáneas. Así, El polvo de los muertos puede leerse como una novela policial, pero además como un western, o un libro de suspenso, de espionaje y hasta como una meditación en clave de humor negro sobre la muerte, una de las obsesiones que marcan como una huella digital la literatura de Norberto. Que un libro sea muchos libros además, en estos días en que la más duras de las censuras es el precio, resulta una ganancia, una inversión nada desdeñable.
Pero ciertamente, de nada vale que la historia de una novela pueda abordarse desde diversos niveles de lectura si estos son flojos y no se encuentran articulados dentro de un ritmo y una coherencia estética que los aglutine como una obra redonda, efectiva, inolvidable. El polvo de los muertos goza de este atributo, porque es una novela cuya trama se encuentra firmemente hilada, acaso como una mortaja que empieza a tejerse desde las primeras puntadas de la historia.
Hay un cuento de Juan José Arreola que me vino a la memoria mientras leía El polvo de los muertos. Es un cuento de apenas dos líneas, y se titula cuento de horror. Dice así: «La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones». Y no es que la novela sea una historia de amor, aunque por allí hay un personaje que le escribe cientos de cartas a su esposa fallecida. Recordé ese micro relato de Arreola más bien porque los personajes centrales de esta novela no pueden o no quieren abandonar a sus fantasmas queridos. Toda la historia está inmersa en una densa niebla que envuelve las vidas y las muertes de los personajes, los cuales se mueven en una Maracaibo en claroscuro, afantasmada, donde se cruzan espiritistas, fakires, quirománticos, asesinos, románticos, espías y, por supuesto, detectives. Hay también un clima de miedos, de persecuciones, de rencores encendidos, y una necesidad de preservar la memoria de los muertos queridos a través de la venganza, que unas veces se materializa en el crimen y otras en la palabra escrita.
Es una novela sobre el mal, sin duda, pero el mal entendido como un mecanismo de carpintería literaria, tal como lo expresaba Bataille: no el mal que es un abuso de la fuerza a costa de los débiles, sino el que encarna una necesidad de liberación, de libertad.
Pero también es una novela sobre la amistad y el amor. O mejor dicho, sobre el deseo de que los amigos y los amores sean preservados o resucitados por medio de la escritura, ese polvo que insiste en conservar lo que el tiempo insiste en arrebatarnos. Para estos protagonistas, Alexander, Alberto y Benjamín, vivir sólo adquiere sentido mientras pasa por la conciencia de la muerte ajena y propia. La novela, cuya fina ironía la salva del melodrama y la truculencia, ofrece así una mirada que confronta a la muerte, y si al menos no la vence, le resta señorío.
En las páginas finales de la novela, el ruso Alexander Marion Projarov, echado en una silla de playa, lee una novela que un amigo acaba de prestarle. Uno de sus deseos es no aburrirse mientras transcurra su lectura. Estoy seguro de que si la novela que tiene en sus manos fuera El polvo de los muertos, ese deseo se cumpliría, pues este libro brinda uno de esos regalos que un lector siempre agradece, que no lo aburra en ningún momento.
Porque el aburrimiento es la peor de las muertes.
Redacción/Texto original presentación El Polvo de los Muertos