Maracaibo cumple 492 años de su fundación y no es poca cosa el hecho de que alcance tan longevo escalón. Desde aquel 8 de septiembre de 1529 cuando fue establecida por el conquistador de rigen alemán Ambrosio Alfínger, muchas horas han transcurrido. La urbe a orillas del Lago Coquivacoa ha vivido momentos estelares, pero también ha sucumbido entre dolores y pesares.
El maracaibero ha exhibido una resistencia admirable, siempre esperando tiempos mejores, aun cuando aquella Maracaibo alegre, festiva, de la que nos ufanábamos ha sido castigada severamente por la crisis económica, un colapso de servicios públicos sin precedentes y una pandemia reciente de la que no ha resultado ilesa como muchas otras metrópolis del mundo.
El ímpetu de la ciudad se vio apocado por calles oscuras y desiertas, gente caminando largos trechos, ante la falta de combustible y transporte, en procura de alimentos; mercados cerrados, poco miedo al virus ante la necesidad de vivir y sobrevivir.
Ni cuando Guzmán Blanco juró que reduciría a la altanera Maracaibo a «simple playa de pescadores», la sultana del Lago había vivido tantos embates. El debilitado e irregular sistema eléctrico trastocó la economía citadina y la psiquis del marabino. Después de aquellas angustiantes 100 horas negras del apagón nacional de 2019, el susto se mantiene en el pecho de quienes habitan en la Tierra del Sol Amada. A la fecha, algunos sectores permanecen a oscuras con insolente frecuencia.
Sin embargo, como el Ave Fénix el espíritu maracaibero se renueva y fortalece; en la adversidad muchos han encontrado oportunidades para reinventarse, mientras que otros de férrea voluntad han permanecido en pie en medio del temporal. El buen humor y la sonrisa fácil no nos desamparan, aún en los momentos más aciagos.
Por iniciativa del sector público municipal, algunas calles y avenidas principales lucen remozadas, iluminadas, al igual que diversas plazas han recibido atención. La ciudadanía hace intentos por recobrar su normalidad y, por ejemplo, se vuelca en las tardes a estos lugares a cielo abierto para drenar las tensiones de 18 meses en cuarentena por el maligno Covid-19, la pérdida de calidad de vida y el bajo poder adquisitivo. También se ha anunciado la normalización de los servicios de agua y gas doméstico, luego de obras de rehabilitación de dichos sistemas par la vida.
Aún sobreviven algunas de las tradicionales ventas de pastelitos que sirven de punto de encuentro cada mañana, al igual que otros establecimientos de comida rápida. Sitios nocturnos aprovechan las jornadas de flexibilización para convocar a su clientela y surgen algunos sitios para el entretenimiento. Es cierto que no son lugares al alcance de todos; la dolarización de los bienes y servicios, frente a un salario que viene “detrás de la ambulancia”, son parte de la anormalidad en la que se intenta subsistir.
El empresariado local hace grandes esfuerzos para mantener el músculo comercial activado. Son muchos los factores en contra, pero han dado demostración de arrojo y perseverancia. Al mes de junio, un inventario en los principales corredores viales de la ciudad marabina daba cuenta de 60% por ciento de negocios cerrados y 40 por ciento operativos, pero con limitaciones. Los sectores que evidencian mayor actividad son los supermercados, minimarket y farmacias.
Pese a que las colas para surtir la gasolina parecen no mermar, algunas líneas del transporte público que habían detenido sus unidades, han vuelto a prestar servicio. Sin embargo, el marabino aprendió a moverse en bicicleta y a convertir este medio de movilidad en un modo de subsistencia.
Los ‘cepillaeros’ han vuelto a sonar su corneta característica, el señor que arregla la cédula “deteriorada, vuelta nada” y el chatarrero, pasan con más frecuencia. Son entre tantos hechos, una fe de vida del alma maracaibera.
Y ¿qué decir del puente Rafel Urdaneta?, el canal más importante y ahora simbólico que conecta a la metrópoli con sus municipios aledaños y de ahí con toda Venezuela desde el noroccidente. Cada vez más importante desde que se puso en servicio en gobiernos predecesores hasta el actual.
Hay riquezas que son irrenunciables y que nos acompañan en cada jornada: un sol radiante, un Lago majestuoso, el titilar de nuestras noches, pero por encima de todo un ciudadano que no se rinde con facilidad y que se crece ante las pruebas.
Nuestra señora de Chiquinquirá volverá a sonreir en su saantuario de veneraciones al ver a la gente llegar como en años pasados cuando la gaita sonaba con más fuerza y la alegría se contagiaba del Zulia al resto de Venezuela, siempre, empezando desde Maracaibo. Una urbe sin igual.
La gente sigue agobiada por situaciones diversas, pero tal parece que hay un pequeño respiro al cumplirse estos 492 años de la fundación de Maracaibo. Díganos usted, ¿qué le quiere regalar a la ciudad cumpleañera?…
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