“Descubrí el zen hace 30 años. Por aquel entonces yo leía mucho sobre las religiones, sobre todo la biblia. No iba a la iglesia porque me parecía que dominaba a las personas. Trato de recordar pero no sé de dónde me vino ese interés. Mis papás no eran personas muy religiosas, pero mi tío trabajaba para la iglesia y mi abuela siempre fue muy devota.
Ellos me motivaron a investigar en mi conexión con Dios. Crecí creyendo que había una separación entre Dios y yo. Uno se inventa un Dios personal y yo me había inventado un Dios muy castigador y lejano a mí. Pero no me gustaba ese Dios. Entonces traté de buscar parapsicología, la gente de rosacruz, lo que pudiese darme una idea para entender a mi Dios.
En la búsqueda hice una amiga que practicaba aikido y ella me dijo: ¿Por qué no meditas con mi maestro? El maestro era un francés, se llamaba Yves Carrouget, fundador del primer dojo en Venezuela y discípulo de Taisen Deshimaru.
Entonces fui y me senté en el cojín de meditación zen, con una postura horrible, porque además de principiante yo tengo tremenda escoliosis en la columna. En aquella época, un doctor me había dicho que yo no tenía remedio. Que cuando viejita iba a quedar tocando el piso. Y claro, yo no le creí, mi mamá era muy escéptica y por eso, supongo, también yo lo soy. No le creí a ese señor y dije ‘hay que buscar una forma de enderezar mi columna’. Cuando llegué al zen, el dolor desapareció. La postura de zazen tiene beneficios físicos, tangibles. Solo con el soltar, el dejar ir las tensiones y los pensamientos, soltar el cuerpo y el espíritu comprobé que me haría mucho bien. Sin embargo, en la práctica, es bastante difícil para el cuerpo y para la mente.
Decidí vivir la experiencia zen intensamente. Eventualmente me hice monja. Ser monja no significa que no te puedes casar ni que no puedes tener dinero. Cuando uno se ordena monje hace el voto de que por numerosos que sean los seres habré de salvarlos a todos. Por numerosos que sean los dharmas (verdades o enseñanzas) haré el voto de estudiarlos todos. No necesariamente hay que raparse la cabeza. Y sí se pueden casar. Ordenarse como monje zen solo significa que va a practicar meditación zen toda su vida. Solo meditar, lo demás viene por añadidura. Uno puede tener novia, dos novias, cinco novias, eso es asunto de cada quien. Ser monje tampoco significa que deben abandonar las posesiones. El dinero es bueno si se usa para ayudar a los demás. La riqueza puede servir para ayudar a otros. Mi nombre de monja es San Hei, que significa montaña de paz.
Para el zen no hay categorías. Cristo era un hombre espiritual. Buda era un hombre espiritual. Todos vivimos en el Uno, el Uno que nos vive a todos nosotros. Una vez mi maestro me preguntó: ‘¿Qué es eso que te vive?’. Yo le dije que no sabía, y todavía no lo sé. Algunos lo llaman Dios, lo llaman esto, lo otro, es un personaje, nos inventamos un Dios para cada quién, el ‘Dios mío’, ese creemos que es el verdadero. Eso me encanta del zen, que no haya categorías.
Un día, hace tiempo, cuando nuestra versión de Dios era distinta, un niño de mi familia estaba mirando al cielo. ‘Estoy buscando a Dios en el cielo’, me dijo. Yo respondí que Dios no estaba en el cielo, sino en el corazón. Entonces el papá de ese niño me agarró y me dijo: ‘Hazme el favor y no le estés enseñando cosas extrañas a mis hijos’. Eso es la humanidad: miedo. Miedo a la búsqueda. Miedo a lo que no conoce. La humanidad es como 50% miedo.
Claro, ahora el niño es hombre y yo le fastidio al papá por aquello que me dijo hace tiempo. ‘¡Cónchale! ¿Uno no se puede equivocar?’, me dice ahora. Pero bueno, esa es la humanidad, no observamos cómo vamos de emoción en emoción, cometiendo errores por el miedo.
La diferencia entre la meditación zen y otras formas de meditación es que esas otras formas llevan a la mente a un punto. A algo en lo que piensas. En el zen, la mente se lleva a observar el cuerpo y la mente. La mente conoce el cuerpo y el cuerpo conoce a la mente. Y la postura es muy importante. Porque la columna debe ser como un báculo, recto, para conectarse con todas las energías del universo. Así, nos podemos hacer uno con el universo.
Al marabino le cuesta mucho perseverar, y no solo en la meditación, sino en muchas cosas. Hablando de religiones, por ejemplo, ¿por qué algunas iglesias están vacías y otras no? Porque algunas iglesias son moda, está de moda ir a la iglesia los domingos. El marabino es superficial, materialista, no le gusta mirar la profundidad, no le gusta ver su propio rostro profundo.
La meditación zen es muy estricta, es la que se le enseñaba a los samuráis. No es una cosa suave. No es fácil conocerse a sí mismo. No tampoco siempre es placentero. Algún día naciste y algún día te morirás, y lo más importante es el aquí y el ahora. No somos más importantes que un champiñón.Pero la mente humana se llena de pensamientos. Corre, termina un pensamiento y empieza otro. Y a la gente le gusta eso, estar con la mente atiborrada, de todo lo que le gusta, todo lo que oye, todo lo que ve. Estamos presos en eso.
Y bueno, yo enseño meditación zen y soy mujer, pero eso no importa, porque el buda verdadero no tiene sexo. Hay otras formas de espiritualidad más “femeninas”, más suaves como la biodanza. Pero el zen es mi hogar. Una vez, al maestro Carrouget, un hombre le preguntó: ‘Soy católico, ¿cómo hago si practico meditación zen?’. El maestro respondió: “Cuando usted está en la iglesia, usted está con su Dios; y cuando usted hace meditación zen, usted está consigo mismo”.
No hay dualidad, no hay que estar etiquetando esto de bueno y esto de malo. Lo único que uno tiene que hacer en la vida es preguntarse: ¿Cómo puedo ayudar? Eso es todo. Siempre. Y empezar por casa. Sanando. Porque últimamente se habla mucho del amor. ¿Pero cuál amor? ¿El de las canciones, el de las películas? Eso no es amor. El amor es el que se vive en la familia. En familia, cuando nos puyamos el ojito. Cuando decimos: ‘Soy tu hermano, te amo, pero ya te pegué’. Ahí la compasión es muy importante. El maracucho debe conocerse más y ser compasivo verdaderamente”.
Vía Panorama/www.diariorepublica.com